lunes, 30 de agosto de 2010

Juan Miguel

Ese día en el centro comercial se encontraron. Fueron los dos a comer hamburguesa, alentados por un impulso interno complementario al hambre que tenían y su gusto por las hamburguesas. Cada uno por su lado y cada uno con su novia.
Habían pasado ya 15 años y antes de separarse tenía 4.
Juan Miguel pasaba sus solitarios días jugando con unos carritos que le habían regalado en navidad y que cambiaban de color con el agua. También le gustaba rayar las paredes con crayola y había horas que se le pasaban contemplando las ilustraciones coloridas de una enciclopedia para niños que le regalaron al cumplir 4 años.
Un día, Juan Miguel había decidido que quería jugar con los carritos, y había decidido también que quería repasar las ilustraciones para rayarlas con sus crayolas. Así sucedió, jugó con los carritos, mientras también rayaba los libros, sintió dos impulsos que se le hacían contradictorios y siendo él de naturaleza impositiva, sin poder renunciar a ninguna de sus intenciones, se dirigió simultáneamente hacia ambos lados. No sintió nada, fue natural.
El suceso pasó sin noticia, sus padres que ese día mientras almorzaban habían decidido separarse vieron el acontecimiento como un asentimiento de aprobación por parte del destino y consideraron una gran suerte evitarse los inconvenientes de los litigios por potestad y tenerse que ver por los enredos de las visitas. Así vieron como lo más conveniente era que cada uno tomara cada una de las partes en las había quedado dividido su hijo, para llamar a uno Juan y a otro Miguel y no volverse a ver.
A sus 19 años, Juan, con su cabello corto casi a ras, se sentó a envolver la hamburguesa para poderla agarrar mejor, y Miguel que era un poco más gordo hizo algo similar. Cualquier persona que hubiera estado mirándolos hubiera notado su particular parecido.
Cuando quisieron los dos al mismo tiempo morder sus hamburguesas fue cuando se cruzaron sus miradas, y si hubieran pensado en voz alta, se les hubiera escuchado al unísono decir :  "Que raro … mi hamburguesa no sabe a mostaza".

lunes, 26 de abril de 2010

Cronomilio

A Cronomilio Sinespacio se le mantenía cayendo el tiempo. No podía dar un paso sin que se le aflojaran los segundos.
Minuto a minuto, pero no a sesenta segundos perdía el sentido del ayer. Fuera mañana o fuera antier, puede que fuera dentro de dos días.
Cronomilio Sinespacio un día decidirá que fue. El anterior día era pasado el día pasado mañana.
Ayer, hoy se escurrió. Recogió en una esquina el tiempo que se le perderá mañana.

El espacio tampoco se escapaba a la desaparición misteriosa entre día y día. Había un paso que daba mil veces sin avanzar, el movimiento se le escabullía por los intersticios mismos en que perdía cada instante.

Un día le dije:
- Mañana voy.
- Hoy -me contesto obligándose a pensar en algo sin sentido para él. Ya que al otro día entendí su comentario. Yo había ido ayer.

Era admirable, en todo caso, la forma en que Cronomilio lograba conducirse por la vida. A quien lo conocemos nos tomaría mucho tiempo entender -aclarando que para él hubiera sido un absurdo esta referencia al tiempo en cantidad- la forma en que él habría de percibir lo real.

Cuando no tenía la suficiente paciencia para figurarse en un espacio y un tiempo, lo encontraba uno teniendo conversaciones que no se darían sino hasta el siguiente día. En igual manera podría suceder, cuando alguien trataba de obligarlo a mantener distancia que de repente aparecía reanudando una conversación que había estado sosteniendo con uno de sus hijos años atrás. Porque tenía hijos.

Para algunos era insoportable su condición. Lo tomaban por un imprudente.

- Lo que es, es un desubicado! -Dirían las lenguas más avezas a opinar del otro.
- Nunca llega a tiempo -se quejarían otros.

Sobre su apellido podemos decir que en realidad no fue Sinespacio, más que así fue dado por las circunstancias de su existir. Sobre su nombre que fue bautizado así, por su incumplimiento al nacer, ya que sin consideración por sus padres nació antes de ser concebido y tan solo unos minutos después de muerto.

De la mayor desproporción de su naturaleza esta historia es evidencia que se cuenta sin él siquiera existir todavía.

domingo, 18 de abril de 2010

Cortos

Me pica la cabeza. Hace días que me está picando la cabeza y no sé si rascarme. No es que no me haya rascado, pero igual sigo dudando si rascarme o no. Pero es que me pica la cabeza. Esta es una alegoría que hace referencia a un hombre que en otro lugar sí se rasca la cabeza. Yo quisiera ser ese que se rasca la cabeza. Pero a mi me pica la cabeza y no me rasco por estar pensando en que me pica.

***

Se cayó en un charco y a mi me dio risa. O a mi me dio risa y se cayó en un charco. Yo me caí en un charco mientras él se reía. Noté que se reía porque me caí en el charco. Me vio riéndome, me reí viéndolo viéndome reirme. Me caí sin verlo y él viéndome cayéndome en el charco. A mi me dio risa. A mi me dio risa.

***

Empezando, pesando, fui asando. Me vi cazando cansado, antes del asado pasado. Me quemé, que me quemé, me quemé ¿qué me importa?. Trago amargo el que me endulza y me hace sentir desesperado, sin saber para donde mover los pies, tiemblo. Mastico con gran trabajo el pedazo de carne, carne dura que ya quiero terminar. Respiro corto. Ya me quiero ir.

***

Hoy. Hoy me di cuenta de que solo hacía sentir incómodo al silencio. Incómodo y todo lo sentí riéndose de mí cuando traté de encontrarlo debajo de una cobija. Lo que pasó fue que justo cuando estaba empezando a disfrutarlo, me di cuenta de que estaba empezando a disfrutarlo y lo saqué a patadas. El silencio me esquiva.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El matorral donde mi tía

Bajando por el matorral que hay detrás de la casa de mi tía, es común encontrarse de repente con pensamientos extraños. Es cierto que nunca han sido reveladores, pero aquella invasión de ideas ajenas ha dado sentido a estos días.

Uno va caminando , resbalándose, cuando en el espacio de tiempo en que el pie derecho está levantado, nace la idea imborrable y absurda de un pájaro amarillo. Muy amarillo. Y uno lo único que desearía más que borrar la idea inútil, es tener unas botas pantaneras para no llegar tan sucio a almorzar.

Otras veces, justo cuando desplazo mi brazo por mi cara, mezclando sudor con tierra, se me ocurre que el mundo podría estar al revés y que me estoy resbalando para arriba. El pájarito amarillo es un canario. La idea sigue siendo inútil, pero la particularidad de ese instante diario, me hace perseverar.

Lo más extraño no ha pasado aun. Lo sé porque sigo aún bajando con mirada maldiciente por un momento que se que muy poco va a durar. Porque la noche no cambia. Porque aún tengo una verruga en el pulgar. Disfruto ese segundo místico y me siento iluminado. Pero siempre me desmaya la sensación posterior. La sensación de no haber comprendido.

Cuando abro los ojos, veo en el pantalón gastado que dejo colgado en la silla, el destino amargado de mi día. No lavo las botas, que sucias me auguran un motivo para volver. Bajar por el matorral pantanoso, evitar unas cuantas pringamosas y dejar que el corazón de unos cuantos tumbos, ante la sorpresa de una idea nueva y extraña. Con terror de no volver a percibir la invasión.

Sólo bajo una vez para volver a almorzar. Vuelvo a trabajar y me regreso rodeando el matorral y ese metro sagrado. Trabajo rutinariamente, esperando no romper el ritual.

Ayer que venía bajando, se me dibujó otra vez el pájaro amarillo. Tenía los ojos rojos y aunque no me dijo, me hizo entender que hoy era mi último día. No es una novedad, ya me lo dijo mi tía.