jueves, 16 de julio de 2009
Para morirse hay que estar vivo
En la entrega dada al siguiente , el de atrás advirtió con premura: somos una fila.
En el zaguán, el cuaderno abandonado sobre ripias, exhibe desconsuelo. No hay viento que pase sus ojos, ni lamentos que arrugen su vida.
Y le cuenta una historia al vacío que espera paciente. La materia y antimateria concluyen la ceremoniosa rivalidad en un callado chocar.
Así fue el día que morí.
Nadie lo tiene más claro que yo. Durante días, el remolineo de la muerte, me abstuvo de vivir en las cloacas abruptas del destino. Siempre lloro por las loras repetidas que salen de mi memoria y con la boca llena me abstengo de levantar la mano con olor a sudor. Me rasco en la cara esperando que el pisapapeles se exprese diciendo hola. Está ocupado.
Una botella, una pelota y un juguete en el que se exhibe un personaje con cachos. El tumulto se pregunta absorto sobre el destino incomunicable de su propio final. Pasan ligeras las venideras penas. Con la puerta abierta y afirmando la tersa zapatilla contra la cera, el andar cansino se convierte en giro. El sonido del rotar duerme con su cadencioso silbar. Un lapicero expone su tinta al absurdo y las conversaciones cada vez más vacìas lamentan existir ahí.
¿En dónde se ubica?. En la puerta de una puta. La grandísima hija de puta.
martes, 14 de julio de 2009
Ocupado
Orinando se le fueron acabando las ideas. Se preocupó al pensar que se escapaban a través del líquido excretado y azuzadas por los riñones.
Pensaba en la tarde y en las cervezas que se tomó con su amigo y su amiga. Le ardían los ojos gracias al sueño placentero que le producía la embriaguez. La imagen de Jessica se escurría circularmente en el mingitorio, mientras el recuerdo de su aroma se confundía con el aromatizante para baños.
Tratando de revivir en su memoria el perfume que percibió al saludarla en su primera salida dos noches antes, se molestó al asociarlo con el penetrante olor a orina que invadía en ese momento sus recuerdos.
Levantó la cabeza meditativo y recorrió lentamente con su mirada la porcelana sucia del orinal. La pared que lo sostenía exhibía dibujos vulgares que lo llevaron irremediablemente a imaginarse a Jessica retorciéndose y sudando bajo su peso en la cama triple de un motel cualquiera.
El chorro saliendo del cuerpo y acompañado del sonido que él mismo se inventaba pensando en el recorrido de la orina a través de su uretra, se parecía al recorrido apresurado de los autos sobre la autopista cuando el mismo hacía parte del torrente mientras las ganas de orinar motivaban su vejiga a estallar.
Así como algunas minúsculas goteras se desviaban del camino para caer fuera del orinal, la gotera representada por su Mazda 323 se salió del torrente vial antes de entrar a Hoyo Frío para detenerse en un paradero de carretera en búsqueda de un baño.
Tratar de conducir el chorro de orina por la trayectoria deseada y sobre el blanco buscado, fallando, lo frustró. Esta pequeña frustración le recordó una mayor que sintió el primer día que la vio.
Los dos hacían la misma fila esperando un bus y él comenzó a imaginar la conversación que tendrían cuando quedaran sentados uno al lado del otro. Pero el chorro de sucesos meados por el destino erró y mojando afuera, la puso a ella en el bus segundos antes de que se cerrara la puerta. Él, afuera, como perro regañado se sintió como en un baño sin papel higiénico con los pantalones abajo. Chorreando las babas vio como ella se subía y maldiciendo a gritos su mala suerte, en silencio, retumbaron las paredes de su cráneo. Sintió que algo se encogía en su vientre. Ese día ubicó el sentimiento roto en sus entrañas.
Cuando se bajó del carro en el paradero caminó encogido hasta el orinal. Hugo y Luisa se rieron de él.
Jessica era tanto su perfecto opuesto como su semejante exacto. Siempre fue así a las desesperantes horas del deseo. Lamentaba el nunca poder saber como era amarla. Encantado por su diminutos labios enmarcando los blancos y pulidos dientes había sabido soñar desgarradoras secuencias de sexo sin sentido.
Y todavía no terminaba de orinar. La orina continuaba saliendo con vigor aún cuando sintió que sus piernas le iban a fallar. Las cervezas hace rato habían salido de su sistema y al parecer lo único que le quedaba por expulsar era un eterno sentimiento roto.
Hugo y Luisa se cansaron de esperarlo tres días y se fueron. Nunca volvieron y el nunca paró de evacuar.
En aquel pueblo conservador el hecho nunca se hizo atracción turística debido a la censura que las autoridades locales le impusieron al considerar el hecho una obscenidad. La dueña del lugar se esforzó por escribir en un pedazo de lata viejo y oxidado con su propio labial la leyenda: "ocupado".
lunes, 13 de julio de 2009
Equivocarse de hora
-Tocando el bongó, me acojo. ¿Qué ves?
-Veo una rata empantanada. Que murió ahogada al calor de la luna.
-La Luna fue la que murió ahogada, acampaba al lado de un río.
-Me río. ¡Murió!.
Mario Birjamer escribe en sus antologías del pasado la transcurrencia de un encuentro de conversaciones pausadas. El anacrónico autor, nacido fuera del reloj, inexistió en la historia de un libro que protagoniza. El Apócrifo de Mario. Aclamado por el viento que pasó sus hojas y olvidado.
-Mario, ¿has pensado en lo que has hecho?.
-Todo el tiempo, pienso cada paso. Es como si no pudiera existir sin saber.
-Gracias por tu opinión. Ese era Mario.
Algún día joven, esto fue lo que pasó:
-Mami, estoy que estudio-
-Ajá- Esa fue la lacónica respuesta expuesta por su mismísima madre.
En el avanzar de las horas y en el diluir lagrimal, un espasmo en la cintura y la mala incomodidad, la oscuridad cobró tiempo.
-Tengo una oreja más grande que otra, estoy seguro.
-Yo también.
-No estoy de acuerdo.
Al caer se mojó y una burlesca mueca le sonrió dibujada en una arruga del pantalón. Esto le sucede en la noche a un demonio que sólo sale de día.
-Veo una rata empantanada. Que murió ahogada al calor de la luna.
-La Luna fue la que murió ahogada, acampaba al lado de un río.
-Me río. ¡Murió!.
Mario Birjamer escribe en sus antologías del pasado la transcurrencia de un encuentro de conversaciones pausadas. El anacrónico autor, nacido fuera del reloj, inexistió en la historia de un libro que protagoniza. El Apócrifo de Mario. Aclamado por el viento que pasó sus hojas y olvidado.
-Mario, ¿has pensado en lo que has hecho?.
-Todo el tiempo, pienso cada paso. Es como si no pudiera existir sin saber.
-Gracias por tu opinión. Ese era Mario.
Algún día joven, esto fue lo que pasó:
-Mami, estoy que estudio-
-Ajá- Esa fue la lacónica respuesta expuesta por su mismísima madre.
En el avanzar de las horas y en el diluir lagrimal, un espasmo en la cintura y la mala incomodidad, la oscuridad cobró tiempo.
-Tengo una oreja más grande que otra, estoy seguro.
-Yo también.
-No estoy de acuerdo.
Al caer se mojó y una burlesca mueca le sonrió dibujada en una arruga del pantalón. Esto le sucede en la noche a un demonio que sólo sale de día.
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