lunes, 13 de julio de 2009

Equivocarse de hora

-Tocando el bongó, me acojo. ¿Qué ves?
-Veo una rata empantanada. Que murió ahogada al calor de la luna.
-La Luna fue la que murió ahogada, acampaba al lado de un río.
-Me río. ¡Murió!.

Mario Birjamer escribe en sus antologías del pasado la transcurrencia de un encuentro de conversaciones pausadas. El anacrónico autor, nacido fuera del reloj, inexistió en la historia de un libro que protagoniza. El Apócrifo de Mario. Aclamado por el viento que pasó sus hojas y olvidado.

-Mario, ¿has pensado en lo que has hecho?.
-Todo el tiempo, pienso cada paso. Es como si no pudiera existir sin saber.
-Gracias por tu opinión. Ese era Mario.

Algún día joven, esto fue lo que pasó:
-Mami, estoy que estudio-
-Ajá- Esa fue la lacónica respuesta expuesta por su mismísima madre.

En el avanzar de las horas y en el diluir lagrimal, un espasmo en la cintura y la mala incomodidad, la oscuridad cobró tiempo.

-Tengo una oreja más grande que otra, estoy seguro.
-Yo también.
-No estoy de acuerdo.

Al caer se mojó y una burlesca mueca le sonrió dibujada en una arruga del pantalón. Esto le sucede en la noche a un demonio que sólo sale de día.

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