viernes, 21 de agosto de 2009
Una decisión
Agustín Gordillo decidió que no iba a esperar más. Se paró del puesto que ocupaba en la sala de espera y apresuró el paso hasta la entrada del consultorio. La secretaria de risa nerviosa que escondía sus ojos tras dos centímetros de vidrio, apenas empezaba a reaccionar cuando Agustín ya estaba adentro interrumpiendo al médico que oscultaba a una señora gorda.
-¿Qué pasa señor? -Le preguntó el médico con imperturbabilidad profesional, mientras la señora en ropa interior color blanca mareada (la ropa y la señora. Tela y piel confundiéndose), pegaba un brinco y giraba para ocultar su verguenza.
-¿Sabe qué doctor? Que no estoy dispuesto a esperar más -Le dijo impaciente Agustín, que era flaco y pálido.
-Tenga paciencia señor... -Le pidió el médico narizón y arrugado, mientras esperaba que el otro le dijera su apellido.
-Gordillo doctor... -completó Gordillo.
-...señor Gordillo -le dijo mientras se le acercaba y le comenzaba a marcar el camino de salida de su consultorio levantando el brazo tembloroso, al mismo tiempo que los ojos por debajo de las gafas de marco grueso-. En un momento lo atiendo, no se preocupe.
-Pues no doctor, no tengo tiempo para momentos -contestó decidido-, no espero más.
-Tenga... -Comenzó a decir, pero Gordillo interrumpió.
-No señor, tampoco puedo esperar a que usted termine de hablar. Si tengo que esperar a que salga esta señora -dijo acelerando-, tampoco estoy dispuesto a soportarlo. Me voy. Ya esperé mucho mientras terminaba de decirle esto que le digo. -Dijo esto y salió. Salió corriendo.
El tiempo se le estaba acabando y aun no quería tener que esperar que su cuerpo lo desplazara fuera del edificio; tuvo que hacerlo, no sin empezar a sentirse culpable por estar traicionando su propio designio de no esperar más. Así, los pensamientos comenzaron a atropellarse en su conciencia. Lo más rápido que pudo, empezó a concluir que para no esperar tenía que dejar de pensar, pues cada pensamiento, para articularse se tomaba su tiempo.
Se dio cuenta además, que si no quería esperar más, tenía que haber decidido ya su destino y tenía, así mismo, que haberlo alcanzado ya. Fue ese pensamiento el que lo llevó irremediablemente, gracias a su grandioso poder de decisión y de voluntad imparable, a morir allí mismo, sin esperar.
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De todo mi gusto, Don Aguacate
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