jueves, 5 de marzo de 2009

De día por la noche

Una mañana cuando oscurecía, él estaba parado, en una terraza mirando el techo. Sin pensarlo mucho, se rompió la cabeza entre ideas con la mente en blanco. Cerró la puerta antes de salir. Ya adentro miró el cielo y gritando en mucho silencio se quedó callado.
Totalmente confundido y con las ideas claras, sin la menor idea sobre la cantidad de opciones que tenía, se decidió por la única. En esa misma posición sin expresar nada, sonreía muy serio, y sus ojos comunicaban su total introvertimiento.
Abría los ojos fuertemente apretando sus párpados cerrados. Así de cuerda era su locura, así de loca era su cordura.
En un abrir y cerrar de ojos, volvió a abrirlos. Había sido eternamente corto el interminablemente finito pensamiento que lo envolvió.
Y desenvuelto, lleno de susto se tranquilizó ya que pesaba más de lo que medía y su estatura no pesaba.
En una carrera apresurada y lentamente marcada por su más profundo desesperamiento, se encontró superficialmente calmado. Y entre más corría más le faltaba por llegar, pues muy quieto, movía su cuerpo. Paso a paso, muy aprisa continuó quieto.
Tiritaba de calor, y en su desnudez el peso de sus ropas y todo lo que llevaba lo hacían pesadamente liviano.
A sus oídos, el silencio ensordesedor llegaba de todos los colores y la ceguera sólo le permitía distinguir hasta el más mísero sonido.
Asintiendo negó, y el haberlo hecho calló mientras contaba como lo hizo:
"Al comienzo empecé. Un poco más adelante, cuando me faltaba más de la mitad para el final estaba más cerca del inicio, sin embargo cuando llegué al final terminé".
Abucheado de admiración, se sonrojó tremendamente pálido.
Torpemente fluido continuó:
"".
El largo discurso, lo había dejado con muchas ganas de hablar y acabándose de tomar un vaso de agua, todo chorreado y más empapado que la luna, se bajó.
Completamente cansado lleno de eneregía e incapaz de continuar, pudo seguir.
Quienes lo miraban atentos, no perdían en su quietud, pendientes de cada uno de sus movimientos, ignorándolo.
Después del largo sufrimiento, atormentado por toda su felicidad y extrañando sentir algo bueno después de hastearse de placer. Se vanagloriaba de sus fracasos y estaba loco de amor por los que odiaba, con cordura. Amaba odiar tanto como odiaba amar.
Su estúpida inteligencia le repitió infinitas veces nada y al avanzar de los días retrocedía en el tiempo. Se mordía los labios con la boca abierta y se arrancaba todos los pelos de su completamente calva cabeza. Decidido dudó.
LLeno de vacío pasaron horas, meses, años, giraron planetas, se deshicieron estrellas en su creación, el universo se expandió hacia adentro y se contrajo para afuera, un hombre iba por el 234 en su tercer conteo hasta el infinito, pero a él sólo un segundo le había tomado terminar esa noche al salir el sol.

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